Ya se nota que estamos a menos de una semana de finales. Se nota el estrés, cómo las mesas y seminarios están ocupados en todo momento, cómo la gente cambia el look de polo o camisa por lo primero que pillaron esa mañana o cómo todas las que aún se esfuerzan por maquillarse por las mañanas (algunas ya desistieron tras la primera semana de clase) no logran terminar de ocultar el agotamiento que supone tanto estudio.

Muchas de las bromas y risas que antes se oían por la facultad ahora las sustituyen los silencios y el pasar las hojas de los apuntes.

Yo distingo diferentes tipos de estudiante en estos casos:

Aquellos que se lo saben todo, todito, hasta los puntos y las comas. Estos individuos pertenecen a una especie en extinción, configuran un grupo elitista al que gente como yo no podemos ni aspirar a formar parte. Pero curiosamente, a veces estas mismas personas pueden o agobiarse porque no se creen que controlan la materia mejor que el resto de la clase junta o permitirse el lujo de ir tranquilo a los exámenes, creedme: no es un mito, existen.

También están los que se mentalizan con el fracaso, los que ya han asumido la derrota y se dicen a sí mismos: «¿Para qué estudiar? ¡Voy a suspender igual!». Todos esos se distinguen del resto porque suelen ser los que montan alboroto y no aprovechan cada segundo, son aquellos a los que siempre se les manda callar porque molestan.

Un punto medio serían el grupo más mayoritario: aquí encontraremos a un conglomerado de gente que o no se lo sabe, pero sigue luchando; o se lo sabe a trozos y necesita afianzarlo; o se lo sabe «con sus palabras»; o «no se lo sabe», pero lo bordará…

Pero esa teoría la he aprendido en el colegio, no sé si será la misma a aplicar aquí en la universidad. Las cosas se han puesto serias. Los finales, aunque no sea ni mitad de curso, están aquí, así que mucha suerte a todos, seáis del grupo imaginario que seáis, estoy convencida de que podemos ir a por lo que queramos. Pongámonos de meta la matrícula.

Mr Wonderful