El tema de hoy no tiene gran relevancia en la vida universitaria, simplemente me lleva llamando la atención desde el primer día en el Colegio Mayor y esta Semana Santa aún lo ha hecho con más fuerza.
La cosa es que cada fin de semana que volvía a casa (al no ser muchos, creo que por eso lo he notado tanto), me daba cuenta de lo raro que hablaba todo el mundo. ¿Raro? Pues sí. Habiendo pasado dieciocho años allí, desaparezco unos meses y al volver todo el mundo me sonaba extraño. Pero lo peor no era eso, ¡era que mi acento les parecía extraño no, lo siguiente!
Pero claro, ¿qué esperaba? En el Colegio vivimos alrededor de cien personas de sitios de todo el mundo; la más normalita soy yo, que he vivido en una ciudad toda mi vida, pero es que, como aquí la gente se ha recorrido medio mundo, es normal que vayan acumulando acentos. Porque las que se traen un acento de casa pasen, pero las que mezclan el catalán con mejicano…tela tela… ¡Y claro! ¡Ahora tengo un popurrí de «agárrate y no te menees»!
Pero ¿sabéis que es ir a visitar a vuestra abuela y oírle un acento de pueblo profundo? Es algo bastante traumático, la verdad… Pero lo más gracioso fue volver a Pamplona tras Semana Santa: los andaluces habían recuperado todo su salero, los maños su voz cazurra y los galleguiños la musicalidad esa que le ponen a las frases, que parece que canten…
En serio, esto de los acentos es todo un mundo (nunca mejor dicho, jeje). Es algo que no se sabe hasta que vives con toda esta gente, de verdad. Cambiaría mi acento mil veces.
renegada 😦 Es un acento de gente noble de corazón, honesta, hospitalaria y directa. ¡Ah! y maño viene de hermano, igual que cuando un mexicano dice mano: mañico, manito
Grande el collage hispano, y grande el mundo
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